lunes, 2 de mayo de 2016

Por si mueres mientras yo no estoy.

Querida Lagriace:

Te escribo a la una de la mañana para decirte que pienso extrañarte, recordarte y prometo que nunca te olvidaré; seguramente me escucho muy tonto por escribir de esta manera si aún no haz muerto pero no te visitaré rutinariamente como lo he hecho desde que estás en el hospital y hay cosas que he querido decirte pero me entristece que no puedas hablar.

Primero que nada, te seré honesto, no recuerdo tus manos de anciana cargando mi pequeño cuerpo de infante, recuerdo tus quejidos, tus risas sin vida, tus regalos sin sentimiento; no recuerdo tus besos en mis mejillas, pero sí recuerdo que yo fui lo suficientemente imbécil y asqueroso por creer que debía limpiar tus besos de mis cachetes. Lo lamento. Recuerdo que le gritabas a mi mamá, que la hacías llorar. Recuerdo que a mí no me importaba la negatividad con la que vivías día a día mientras me compraras regalos en dólares. Ahora si te escuchamos reír, quiero llorar, yo quiero reír, pero al saber que no volveré a escucharte hablar, comer como lo hacías antes, quejarte, gritar, exaltarte por los ladridos del perro, llenar de caricias y besos a mi perrita, al saber que tendré que asistir a tu funeral, evita que yo disfrute de tus últimos ojos tristes, de tus últimas risas, de tus últimos quejumbres, de tu último asco al escuchar a la gente enferma porque no quieres que te contagien.

Segundo: los paseos en familia, las comidas en restaurantes, en donde pedíamos deliciosa carne (tú término medio y yo bien cocida), cuando comprobamos la despensa y las idas a los diferentes doctores, igual te seré honesto, nunca fueron de mi agrado, no te veía disfrutar nada…solamente realizabas. Pero no fuera ir a la iglesia porque tu gran devoción te forzaba a hincarte, levantar la cabeza y recibir golpes suavizados por mitos y leyendas de seres perfectos y hermosos.

Tercero, y tal vez como conclusión: nunca tuvimos alguna plática sobre qué te gustaba hacer en las noches, por qué tu mayor tristeza era tu mayor tristeza. Nunca supe cómo fue tu vida de pequeña, a qué escuela asististe, tu primer amor, tu mayor alegría, algún vicio que tal vez tuviste de joven, si quisiste cambiar al país o simplemente por qué te gustaba tanto la soda sabor a manzana. Jamás te expresé mi gran amor por la música ni tú alguna vez me dijiste si lo que escuchabas de mi guitarra te gustaba, si mis acordes tenían un orden o era algo nuevo para tus oídos; nunca supe si lo yo como músico era bueno o malo; siempre me preguntaré si te hubieran gustado mis composiciones.

Abuela (no en realidad), tal vez no mueras de aquí al lunes próximo, pero este sábado en el que no te visitaré, que no tocaré el piano en esa casa de ancianos, te extrañaré y también extrañaré tocar el piano como si no hubiera nadie escuchando, poder aplastar las teclas a su límite y crear una hermosa resonancia por todos los cuartos del lugar y para el gran final, crear una orgía sonora entre Si, Re y Fa#, de todas las octavas en las que el piano me permite usarlas, y terminar con el Si de la octava cero. Y dejar de pisar el tercer pedal.

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