miércoles, 27 de abril de 2016

Depresión desde pequeño.

Al mirar hacia arriba, tú eras mi único cielo, mi favorito, pero ahora que ya no estás junto a mí, observo las verdaderas nubes y me entristece que no sean color marrón, que no tengan el brillo que caracteriza a tus ojos, la pequeña curva formada por tus pestañas; me entristece que mi cabeza no se pueda posar sobre tu pierna; me entristece que no puedo tomar tu mano, que no le pueda volver a dar un beso ni acariciarla; me entristece que no me beses; me entristece que ya ni me voltees a ver.

Te extraño, me haces mucha falta.
Ahora el café no tiene sabor, el cigarro no tiene ningún olor, la música no tiene ningún ritmo, las risan ya no se dan con alegría, mis labios están secos, mi mente se volvió una guerra entre los dioses del Olimpo. Ya no puedo ignorar una película, ya no tengo pretextos para darte muchos besos, no tengo una razón para decir: "estoy muy feliz".

Llegué a la estación de tren, 13ºC, diez y media de la noche. Mi mirada estaba fija en los árboles del bosque que estaba al otro lado de las vías; era un bosque tenebroso, sin un fin, con muchos monstruos, criaturas asquerosas, nieblas, catastrofes, desgracias, muertes, perdición...como si Dios se hubiera inspirado en algún autor del siglo XIX. Ya había fumado más de dos mil cigarros ese día (fue un día tan largo...), conocí alrededor de 17 de mujeres, mi padre murió y viví mis inseguridades, miedos y prejuicos. Cientos de trenes, algunos trenes repletos de personas, otros totalmente vacíos; unos sin luz, sin acientos ni ventanas que nos dejan mirar al exterior mientras pensamos en cómo nuestras vidas no pueden estar mejor. Pasaban trenes en extremo lujosos y llenos de gente, gente que no tenía ni el más pequeño conocimiento de lo que es gratitud y amabilidad, respeto y humildad, gente que mantiene la mirada hacia abajo, recta hacia enfrente pero sin conciencia o que mira hacia arriba con los ojos cerrados y una sonrisa.

Nunca importaba el precio, yo subía a un tren y dependiendo de cómo me hacía sentir éste, decidía quedarme o no. Abordé tan solo un tren lujoso, uno con suelo de jacarandas, otros con una estructura débil y con un arranque tembloroso. Seguí al mismo tren por dos años porque la primera vez que pasó frente a mí y frente al bosque, sabía que me llevaría a mi destino, a mi utopía, entonces tomé el siguiente tren que llegó, como fuese, y le seguí; estando en el primer vagón del tren de suelo de jacarandas, había partes de la ruta en la que podía llegar a ver al tren que daría vuelta hacia la ruta 9 pero jamás logré alcanzarlo, nunca volvería a pasar frente a mí y ya lo había perdido. Pero para mi desgracia, llegó un tren muy similar a la estación 0; el tren fue diseñado por alguien diferente, tenía un mecanismo que lo impulsaba gracias a la manipulación de luz y también tenía como destino final la ruta 9. Lo abordé.

El 15 de Abril de 1865, Даниелa chocó con múltiples trenes de la ruta 0 que no debían de estar en servicio durante las siete de la mañana a las dos de la tarde. El accidente ocurrió porque 6 trenes pasaron por la vía del Даниела, colisionaron, y a toda velocidad, el Даниела se estrelló contra ellos. 
Yo logré encontrar una salida pero necesito un hospital.

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