lunes, 26 de octubre de 2015

Palisander.

Estaba esperando a que llegara el tren a la estación, veía posters promocionando productos inútiles, las grietas en los ladrillos color blanco y la oscuridad en los dos finales del túnel. Exhausto de mi día, di un suspiro, volteé a la derecha y vi a un mujer con cabello chino, corto, cachetes un poco grandes, sonriendo mientras leía un libro y acomodando su bufanda roja. 
Por fin llegó el tren y no podía quitar mi mirada de ella; estaba maravillado por sus ojos color café claro, sus blancas y delicadas manos junto a su sonrisa, su cuerpo tan lindo, inocente y deseable. Ambos subimos al tren, por diferente vagón. Parecía que su destino era la última estación entonces estaba contento por poder verla unos minutos más. 


No podía evitar pensar en invitarla a una cena romántica, la luz de las velas iluminando su inocente rostro, su pequeña risa como respuesta a mis estúpidos chistes y su bufanda roja combinando con un vestido negro, así que decidí levantarme de mi asiento y caminar hasta ella para preguntarle su nombre y al menos soñar con ella sabiendo cómo se llama. Pausé mi música y guardé mi celular, ella seguía leyendo su libro y cuando me acerqué, su mirada estaba sobre mí. Al principio su mirada reflejaba una curiosidad negativa pero al verme a los ojos, ella me sonrió y me dijo un “hola” lleno de dulzura. Mis emociones estaban incontrolables, mi cuerpo temblaba sin poder yo pararlo para que ella no pensara que era un idiota y le respondí su “hola”, preguntándole de manera muy nerviosa: “¿Cómo te llamas?”, ella me respondió, mostrando su bella sonrisa. Esos dientes blancos y perfectas lineas tan delicadas que formaban sus labios, enamoraron mis ojos. Platicamos hasta que llegamos a la última estación y al mismo tiempo dijimos: “no me quiero ir”, reímos y ella puso su mano sobre la mía. Bajamos del tren y la convencí de acompañarla a su casa a pesar de que era de noche. Ibamos abrazados todo el camino y tenía que bajar la mirada para poder ver sus inocentes ojos admirar los míos; veía un reflejo de serenidad en sus ojos y ella podía ver uno de protección en los míos. Acerqué mis manos a sus mejillas, le di un beso en la frente y un pétalo de jacaranda cayó justo en medio de nosotros, en la calle. Ambos volteamos hacía arriba para descubrir de dónde vino ese pétalo y un árbol con flores pequeñas color púrpura claro, posaba sobre nosotros, como si cuidara nuestro momento de amor y disfrutara ver nuestras sonrisas siendo genuinas. 

Muchos gritos fueron nuestros segundos ahora, mataron las sonrisas, amor e inocencia. Culpas sin razón, mentiras, furia y lejanía era lo que mantenía nuestras manos unidas y a la flor en medio de nosotros sin desaparecer.

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